Podría pensarse que esta reflexión tiene algo que ver con la discusión entre irse o quedarse en Venezuela, que si el mensaje de Lorenzo Mendoza, que si la respuesta de María José Flores, pero no… aunque respeto la opinión del tipo y entiendo con la propiedad a la chama, ya di mi opinión al respecto en este tweet.
Sin embargo, a pesar de que vivo en un exilio autoimpuesto por razones personales que ya estoy harta (en todo sentido) de debatir o explicar, lo que voy a escribir no tiene nada que ver con eso.
Cuando digo desterrados no hablo en forma literal; no sólo se trata de un pedazo de tierra o un lugar físico lo que se pierde, sino en general, un lugar en el mundo al que creemos pertenecer e incluso, en algunos casos, en los corazones de las personas que queremos.
Estamos en constante crisis o como diría María Daniela, hacemos de la crisis un modus vivendi, pero la palabra e incluso el concepto de crisis, así como el de “burocracia”, no son malos per se. La crisis significa transición, de una otra forma es el caos que precede al orden. Nuestra generación, o mejor dicho, la generación a la que creo pertenezco es precisamente una generación de transición… somos protagonistas silenciosos de un cambio de orden que no termina de ocurrir.
A qué me refiero entonces con desterrados? No he hecho un estudio concienzudo de cómo están evolucionando las culturas alrededor del mundo, pero siento que cada vez somos más los que vivimos en la frontera, los que no somos de aquí ni de allá, los que no pertenecemos ni a un partido, ni a una religión, ni a un club de ping pong. Simplemente vamos a donde queremos, hacemos lo que nos parece correcto, adoptamos la creencia que va acorde con nuestros ideales y practicamos una actividad sólo porque nos da gusto y no para encajar.

Las personas de este nuevo grupo de “desterrados” asumimos nuestra individualidad sin despreciar a la sociedad de la que formamos parte pero sin dejar que sus prejuicios socaven las bases de nuestra felicidad, con todo lo complejo que eso pueda llegar a ser. Sin embargo, para muchos, el precio que pagan por esa búsqueda de la propia y muy única felicidad que no esta basada en reglas ni estereotipos, es la soledad.
Ser diferentes en un mundo de personas que buscan la normalidad es sinónimo de destierro, de rechazo más por miedo que por maldad. O como bien diría Carolina: lo que sufre este mundo es una terrible falta de empatía.
Quienes en camino a la auto aceptación expresan su identidad con todo lo que eso implica, aunque eso signifique dejar en evidencia que son diferentes, suelen verse tácitamente forzadas a alejarse de su hogar porque no encuentra apoyo a su alrededor sino críticas, y vamos… practiquemos la honestidad ¿quién en su sano juicio puede vivir así?. Y sí, en esta categoría están incluidos los que se ven en la necesidad de dejar su tierra porque se sienten extranjeros en su propio país, pero también los que dejan un trabajo de oficina para ser independientes porque su no va con su personalidad y los que fracasan en relaciones por pretender ser amados por lo que son en vez de por lo que están supuestos a ser o hacer.

Cada vez son más los que se enfrentan al escarnio por admitir que lo que los hace felices no es moralmente aceptado, por rebelarse en contra de lo establecido, por pensar distinto, por ser auténticos, por cometer errores y no ocultarlos. Cada vez son más los que se enfrentan al descrédito o a que los llamen locos, los que deciden renunciar a la zona de confort para buscar nuevas soluciones a problemas antiguos, porque así lo dicta su corazón. Somos una generación intuitiva, que toma riesgos y no se da por vencida, que no se detiene cuando se topa con un muro sino que busca las maneras de superarlo, aunque no sean precisamente las más ortodoxas.
La buena noticia es que, como dicen en mi tierra, “los mochos se juntan para rascarse”. Contra todo pronóstico, aún conservo poco de fe en la humanidad, creo que si somos lo suficientemente fuertes como para resistir los embates del cambio y lo suficientemente nobles como para entender a los demás y mantenemos fieles a nuestra esencia, lograremos hacer una diferencia; seremos mejores que esos que nos lanzan piedras porque no creen en nosotros por ser “diferentes”.
Al final, como decía Steve Jobs, sólo aquellos que están lo suficientemente locos para creer que pueden cambiar al mundo son los que lo logran. Tal vez hoy nos llamen simplemente “locos”, pero el mundo está cambiando, poco a poco los modelos también lo harán y dejará de tener importancia ser perfecto mientras se pueda ser consciente, cuando se pueda mirar al otro como una parte de uno mismo, viviremos en un mundo mejor.